Me pasaba la vida justificando que mi niño jugaba con muñecas porque los juguetes no tienen sexo, porque no quería robarle su infancia, porque quería que fuera por encima de todo feliz, aún a sabiendas de que no era lo habitual, puesto que desde que somos pequeños tenemos los juguetes asignados por el género, pero me sentía especial por "permitir" que él decidiera, por encima de todos y de todo.
Cuando un niño es pequeño y te sientes tan segura de ti misma como madre, de que lo quieres por encima de todas las cosas, de que lo que estás haciendo es lo correcto, no hay nadie en éste mundo que te pueda hacer dudar, pero todo cambia cuando él crece y sigue con sus mismas aficiones. Qué triste me sentí, qué perdida me sentí, por primera vez dudé de si estaba haciendo lo que tocaba, cuando empezaron los problemas serios en el colegio y mis padres, sí, sus abuelos, esos que en teoría tienen un amor incondicional hacia los hijos y nietos, me culpaban directamente de lo que estaba pasando, de haber sido tan tolerante, de haberle dejado jugar con muñecas... ya no hacía gracia, ahora ya molestaba, avergonzaba salir a la calle con él si llevaba una muñeca, y me hacían tantísimo daño, que me dejaban el alma helada, y lo peor, le hacían tantísimo daño a él...
Estoy segura, de echo, creo de corazón que no lo hacían, o no lo hacen con la intención de hacernos daño, pero hoy por hoy, sigo contestando lo mismo: juega con muñecas, ¿y qué?